Nunca te dije que te quedaras,
tampoco te pedí que volvieras;
no fui capaz de perseguirte.
De luchar por ello,
aunque fuésemos una causa perdida.
No te hablé de quedarme a dormir en tu ombligo,
o de trasnochar en tu pecho;
tampoco supe contarte
lo que era perder la noción de todas las caricias
que me quedaban por darte.
He intentado explicarle a la gente
tu afán por las despedidas,
sin darme cuenta de que a mí ni siquiera me dijiste adiós.
Y es que lo peor de irse sin hacer ruido
es que el silencio que queda
pesa más que cualquier voz.
Ahora trato de no volver a verte,
porque ya todo lo que te llevaste cuando te fuiste
sabe menos amargo que nuestro último beso;
pero sigue siendo igual de jodido
que cuando llegaste a mi boca
por primera vez.
Nunca fui capaz de pedirte que te quedaras,
porque siempre supe que ya te habías ido.
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