domingo, 19 de marzo de 2017

Ella sonreía.



Ella sonreía y joder,
todo a su alrededor se paraba.
Las manecillas del reloj se detenían.
El viento dejaba de soplar.
Y era el paisaje el que se paraba a observarla a ella.


Más de una noche
soñé que aún estaba a mi lado.
Que no se había ido.
Que seguía aquí conmigo.


Y me despertaba a gritos,
levantando a toda la ciudad,
en medio de la noche.
A toda la ciudad,
excepto a ella.


Tal vez,
un día cualquiera,
vuelva a verla.
Y vuelva a ver cómo se ríe,
con ese brillo en los ojos
que hacía que sonriera yo.


Y tal vez,
no diga nada.
Y todo,
por guardarme dentro,
lo que un día no supe decirle con palabras.


Que sólo le pedía media noche,
aunque la quisiera para vida y media,
como cuenta Andrés.


Que nunca fue para mí,
que teníamos que seguir caminos distintos.
Y sólo por el hecho
de que nunca quiso ser para mí,
ni tampoco seguir mi camino.


Que nunca encontré
la manera de explicarle
que la iba a echar de menos
desde antes de que se fuera.


Y que nunca pude contarle
que si lo nuestro no hubiera terminado;
hubiera sido para siempre.
Aunque ella no lo entienda.


Ella sonreía;
y joder,
no hacía falta nada más.

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